miércoles, 14 de febrero de 2018

MANIFIESTO DE LAS FRANCESAS, el cual, yo, Ana Colchero, suscribo por completo

"Mujeres liberan otra voz"
 
Este es el texto completo del manifiesto publicado en 'Le Monde' por 100 artistas e intelectuales francesas, el pasado 9 de enero: (traducción: Carla Mascia, El País, 14 febrero)


  
  "La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería es una agresión machista. El caso Weinstein ha generado una concienciación legítima de las violencias sexuales contra las mujeres, particularmente en el ámbito profesional en el que algunos hombres abusan de su poder. Era necesario. Pero esta liberación de la voz de las mujeres se convierte hoy en su opuesto: ¡Nos ordenan a hablar como es debido, a silenciar lo que enoja, y aquellas que se niegan a cumplir con tales órdenes son consideradas como traidoras y cómplices!
   Sin embargo, es propio del puritanismo tomar prestado, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y de su emancipación para encerrarlas en un estado de eternas víctimas, de pequeños seres indefensos bajo la influencia de falócratas demoníacos, como en los buenos viejos tiempos de la brujería.

Delaciones y acusaciones

   De hecho, #metoo ha provocado en la prensa y en las redes sociales una campaña de delaciones y de acusaciones públicas de personas que, sin tener la oportunidad de responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo plano que los agresores sexuales. Esta justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que su única falta fue la de haber tocado una rodilla, tratado de robar un beso, hablado sobre cosas "íntimas" en una cena de negocios, o enviado mensajes con connotaciones sexuales a una mujer para la que la atracción no era recíproca.
     Esta fiebre por enviar a los "cerdos" al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que estiman, en nombre de una concepción sustancial del bien y de la moralidad victoriana que conlleva, que las mujeres son seres "aparte", niñas con rostros de adultas, que reclaman protección. Frente a ellas, los hombres están obligados a confesar públicamente su culpabilidad, y buscar, en lo más profundo de su conciencia retrospectiva, un "comportamiento fuera de lugar" que podrían haber tenido hace diez, veinte o treinta años, y del cual deberían arrepentirse. La confesión pública, la incursión de fiscales autoproclamados en la esfera privada participan de la instalación de un clima de sociedad totalitaria.
    La ola purificadora parece no conocer ningún límite. Aquí, censuramos un desnudo de Egon Schiele en un cartel; allí, pedimos la retirada de una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de la pedofilia; en la confusión del hombre con la obra, pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinémathèque (Cinemateca Francesa) y obtenemos la postergación de la muestra dedicada a Jean-Claude Brisseau. Una académica considera que la película de Michelangelo Antonioni Blow-Up es "misógina" e "inaceptable". A la luz de este revisionismo, ni John Ford (La prisionera del desierto) ni incluso Nicolas Poussin (El rapto de las sabinas) quedan a salvo.
     ¡Los editores ya piden a algunas de nosotras que cambiemos a nuestros personajes masculinos para que sean menos "sexistas", que hablemos de sexualidad y de amor con menos desmesura, o que garanticemos que el "trauma experimentado por los personajes femeninos" sea más obvio! ¡Al borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato a una relación sexual! Queda muy poco para que dos adultos que quieran acostarse tengan que marcar primero, vía una “app” móvil, un documento en el que las prácticas que consienten y rechazan serán debidamente listadas.
     El filósofo Ruwen Ogien defendía una libertad de ofender indispensable para la creación artística. De la misma manera, defendemos una libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual. Ahora estamos suficientemente advertidas para admitir que el impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje, pero también somos lo suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo torpe con la agresión sexual.
     Sobre todo, somos conscientes de que la persona humana no es monolítica: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una “zorra” ni una vil cómplice del patriarcado. Puede asegurarse de que su salario sea igual al de un hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el metro, aunque se considere un delito. Incluso puede considerarlo como la expresión de una gran miseria sexual, o como un evento al que no merece dar importancia.
     Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad. Pensamos que la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que hay que ser capaces de responder a esta libertad de importunar de otra forma que la que nos encierra en el papel de la presa.
     Para aquellas de nosotras que han elegido tener hijos, creemos que es mejor criar a nuestras hijas para que estén informadas y sean lo suficientemente conscientes para poder vivir plenamente sus vidas sin dejarse intimidar ni culpabilizar. Los incidentes que pueden tener relación con el cuerpo de una mujer no necesariamente comprometen su dignidad y no deben, por muy duros que sean, convertirla necesariamente en una víctima perpetua. Porque no somos reducibles a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que atesoramos no es exenta de riesgos o responsabilidades".

     Redactoras del texto: Sarah Chiche (escritora, psicóloga clínica, psicoanalista), Catherine Millet (crítica de arte, escritora), Catherine Robbe-Grillet (actriz, escritora), Peggy Sastre (autora, periodista, traductora), Abnousse Shalmani (escritora, periodista).
Y lo firman otras 95 mujeres intelectuales y artistas francesas, entre las cuales están la actriz Catherine Deneuve.
Traducción de Carla Mascia